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Apenas el poema se agitaba





Apenas el poema se agitaba
en medio del papel donde nacía
dejó en el viento un poco de agonía
por saber que a la muerte no ignoraba.

Nacía de ella misma y en su aljaba
portaba los silencios que oponía
al idioma del sol y a la alegría
que el poeta en sus versos intentaba.

Observó al que escribe consternado
y con dejos de sal en cada verso
se hizo tinta sin más, deshabitado.

Y así morimos todos, lentamente,
dejándonos la piel en el anverso

de un trozo de papel indiferente.

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Perdonen mi amargura



Perdonen mi amargura en esta tarde
en que no vuelan aves ni luciérnagas,
en la que se han callado las iglesias
y en la que se desploman catedrales.

Perdonen que me vaya por los mares
a buscar puertos nuevos con tristezas
ancladas todavía a las esperas,
con ansias de escribir infinidades.

Disculpen si resigno cada verso
a este vacío grave que me aturde,
pero lo debo así ...y así lo pago.

Que tengo miedo, Dios, que tengo miedo:
el hombre bueno tanto y tanto sufre

y sé que sabes cuánto Enrico te ha negado.

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Yo sostengo tu mano




Yo sostengo tu mano, tú la mía,
para que no nos toquen nuestras voces
en este lado incómodo del tiempo
y decirnos el alma en plena lluvia.

Ya vendrán otros versos y otro agosto
que agotar con los días de septiembre,
otra fe que habitar sin fe y, quizás,
una nueva nacida en un poema.

Haremos del silencio la metáfora
de la gota que es gota mientras cae
por el delirio azul de la memoria

o, tal vez, bajaremos nuestros párpados
a que escriba “Esperanza” ―a media voz―
mientras asgo tu mano, amigo mío.

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Contigo



Quiero llorar . Llorar amargamente
por promesas de trigo que no llegan
a tinturar de agosto el amarillo
o por trinos de pájaros sin nombre.

Sí. Llorar porque sí, porque las horas
se suceden sin lágrimas ni encuentros,
porque en mis manos hay rumores grises
de libélulas verdes que no nacen,

porque perdimos la palabra fe
en medio de la fe, porque la nube
ha decidido entrar al campanario,

porque estoy vivo porque muero, porque
nunca hay razones para no llorar
y, hoy…, he decidido hacerlo aquí.

Contigo.




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Habremos de decir



Habremos de decir, de nuevo, ‘siempre’,
con labios reestrenados a los versos
y apenas balbuciendo las metáforas,
una noche de orillas quebradizas.

Habremos de estrenar un nuevo idioma
que acalle con cadencias a los años,
donde crezcan fonemas como niños,
cada vez que alguien diga nuestro nombre.

Y es que se nos están quedando chicas las palabras
para inventar almendros como iglesias
o promesas de avena en cada tarde.

Por eso digo ‘siempre’ y esta noche
convengamos, al menos, que el silencio
se debe pronunciar como la lluvia.




 
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