Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
R. Darío
Quizás estas malditas ganas de ser montaña
y musgo de montaña se convierta evangelio
una noche cualquiera que sienta tanto frío
que la necesidad de un dios humano y frágil
arrope lo que queda de la fe
y la fe misma
y me siente a tomar café de párpados
con Huidobro
bajo una tarde escrita por los árboles.
Pero, hoy, la oración que rezo duele
como el canto feliz de la chicharra
o la marcha callada de las manos
y pareciera que el mismísimo Vallejo
escribe los insomnios en que habito.
Lo cierto es que me obligo a levantarme
con todo mi sudor a cuestas a reírme
y me río,
me río del asombro que se nace
a los pies de la cama y del ladrido
de un soñador que busca deslunar
el mundo.
Y me río,
me río, sí,
me río de la sombra que me ata los cordones
de los zapatos, peina los secretos
de mis locuras, suda las urgencias
de las metáforas y las metáforas
las guardo en un bolsillo
y me siento
a esperar la mañana, que desciende
con la actitud del agua y de la alondra.