Qué extraño regresar al propio nombre
con la memoria al cinto y sin plegarias
para encontrar audiencia entre las piedras,
con la mirada eterna a parte alguna.
Qué extraño no poder vivir más vidas
que la propia, la única improbable,
la sólita del alma y el destierro
cuando todo te nombra y te interroga.
¿Adónde estás, abuelo? ¿Y tus olivas,
o tus cuentos del África y la guerra,
ya que nunca los tuve entre mis manos?
¿Yo? Tengo tu mirada ―me lo dicen―
ahora, que es la hora en que las piedras
dictan su veredicto.
Un día tú decides por ti mismo
que los días no caben en tus manos
y que el mundo te espera como espera
una mujer enamorada el beso,
como espera el inverno las tristezas
o el poeta
la metáfora,
entonces la mirada es un bolsillo
donde guardar antiguos calendarios
y la voz se endurece como un viaje
que se emprende sin brújulas y a pie
hacia donde los ecos no regresan.
Y partes a buscar la propia sombra
con un dejo de duda en la alegría,
con dos besos de arcilla en los zapatos
y el día desbordado entre tus dedos
sin pesares,
porque sabes que el tiempo es sólo tiempo
y la vida es un paso hacia el olvido
mientras aprendes que los vientos dicen
tu nombre en las ventanas,
que el sabor de la menta es tu niñez
y el chocolate se parece
a la actitud de una mujer desnuda
en medio de la noche o el azul
y así te vas
jugando a ser tú mismo por caminos
de imposibles paisajes, intentando
cambiar de estampa o de corbata
con un simple ademán indiferente,
casi al descuido,
casi como la tarde cae
o la lluvia.
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
R. Darío
y musgo de montaña se convierta evangelio
una noche cualquiera que sienta tanto frío
que la necesidad de un dios humano y frágil
arrope lo que queda de la fe
y la fe misma
y me siente a tomar café de párpados
con Huidobro
bajo una tarde escrita por los árboles.
Pero, hoy, la oración que rezo duele
como el canto feliz de la chicharra
o la marcha callada de las manos
y pareciera que el mismísimo Vallejo
escribe los insomnios en que habito.
Lo cierto es que me obligo a levantarme
con todo mi sudor a cuestas a reírme
y me río,
me río del asombro que se nace
a los pies de la cama y del ladrido
de un soñador que busca deslunar
el mundo.
Y me río,
me río, sí,
me río de la sombra que me ata los cordones
de los zapatos, peina los secretos
de mis locuras, suda las urgencias
de las metáforas y las metáforas
las guardo en un bolsillo
y me siento
a esperar la mañana, que desciende
con la actitud del agua y de la alondra.
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