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Yo sostengo tu mano




Yo sostengo tu mano, tú la mía,
para que no nos toquen nuestras voces
en este lado incómodo del tiempo
y decirnos el alma en plena lluvia.

Ya vendrán otros versos y otro agosto
que agotar con los días de septiembre,
otra fe que habitar sin fe y, quizás,
una nueva nacida en un poema.

Haremos del silencio la metáfora
de la gota que es gota mientras cae
por el delirio azul de la memoria

o, tal vez, bajaremos nuestros párpados
a que escriba “Esperanza” ―a media voz―
mientras asgo tu mano, amigo mío.

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Contigo



Quiero llorar . Llorar amargamente
por promesas de trigo que no llegan
a tinturar de agosto el amarillo
o por trinos de pájaros sin nombre.

Sí. Llorar porque sí, porque las horas
se suceden sin lágrimas ni encuentros,
porque en mis manos hay rumores grises
de libélulas verdes que no nacen,

porque perdimos la palabra fe
en medio de la fe, porque la nube
ha decidido entrar al campanario,

porque estoy vivo porque muero, porque
nunca hay razones para no llorar
y, hoy…, he decidido hacerlo aquí.

Contigo.




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Habremos de decir



Habremos de decir, de nuevo, ‘siempre’,
con labios reestrenados a los versos
y apenas balbuciendo las metáforas,
una noche de orillas quebradizas.

Habremos de estrenar un nuevo idioma
que acalle con cadencias a los años,
donde crezcan fonemas como niños,
cada vez que alguien diga nuestro nombre.

Y es que se nos están quedando chicas las palabras
para inventar almendros como iglesias
o promesas de avena en cada tarde.

Por eso digo ‘siempre’ y esta noche
convengamos, al menos, que el silencio
se debe pronunciar como la lluvia.




 
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