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La cerveza



Como buena cerveza de Baviera,
rubia o morena, fría o destemplada,
capaz de conquistar la delicada
razón de la razón con voz ligera

o como la burbuja que subiera
ingrávida y sutil la balaustrada
desde el borde del vaso hacia la nada
con la pasión del que la nada espera

o como la visión del que la gusta
cual sueño regalado por la vida
que la alegría bávara reclama,

puede ser el poeta en liza justa
de verso, estrofa y letra enfurecida
si no le falta el lúpulo y la llama.


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Existe una mujer en un poema




Existe una mujer en un poema
que mira siempre el mar y que su rostro
es un enigma desnortado
caído del crepúsculo.

Ella no sabe
de días ni de noches ni de lluvias
y escarba el horizonte impresionista
como quien ve partir a la esperanza
o espera la llegada de cargueros
venidos desde el puerto sucedáneo
de la melancolía.

Nadie sabe si llora
o su sonrisa es vuelo de gaviotas de niebla,
si sus manos se enlazan o son cuenco
que espera a que una lágrima de nubes siempregrises
caiga, como las horas caen en un reloj,
si el mar es mar o esbozo de una promesa áspera
y atardecida,
y nadie le confiere potestades
de andarse en las arenas
con un dejo de morbo en la cintura
o un ademán de sangre entre sus labios.

Una mujer en un poema
atrapada entre el blanco de una página
y la metáfora de las libélulas
que se miran bailar en un estanque;
mujer
que se nace palabra del ocaso
mientras pronuncia un nombre hecho de sombras.

Así la he visto, escrita en versos,
y me tendrán que permitir, amigos,
ahora que atardece la memoria
y el mar es mar apenas bosquejado,
que diga, simplemente, en el poema
que nace en vuestros ojos, sin permiso,
que la amo.


 
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El mapa



¿Intuyes esa imagen de espejo fragmentado

que cifra los silencios de este país de lluvia?


Vengo de donde el grito tiene el color del trueno
y tiene un número social el nombre,
donde son golondrinas unos pájaros
y no ese transitar en los adioses
de los amantes,
el cielo es cielo
y el hambre
comunismo
o economías de mercado
pero nunca un papel que acepta a la esperanza
en forma de metáforas, o el cifrado silencio,
y exige saciedad.


Quiero quemar los mapas y las rutas
que llevan, sin piedad,
a la estatua que rige a las palomas
o al banco de una plaza que se queda
cada vez
más sola.


Es mi país
una bandera
color del viento,


disuelta geometría.



Fotografía por Игорь Лиховидов
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Nada hubo cayéndose


A veces hace frío cuando callan las manos
y la lluvia se espesa con tu nombre.

Sin embargo,
este ruido de versos que regresan
a una ciudad pensada con grafito
y calles verticales
tiene actitud de llama o de regazo
donde acudir en busca del insinuado beso.


Nada hubo cayéndose
en esta fundación de la metáfora.

 
 
Fotografía por Игорь Лиховидов
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Nunca aprendí la lengua del silencio


A R.M.

Nunca aprendí la lengua del silencio,
por eso callo a media voz
ante la rosa azul de los poetas,
las formas que la ola desdibuja
en las arenas tibias, cuando largan
suspiros a lejanos encantos y sonrisas,
y las lluvias de agosto y los crepúsculos.

Por eso entenderás lo inevitable
que resulta decir a media voz
las cosas que el silencio comunica,
con la antigua virtud de los carteros
y la alegría de las mariposas,
cuando callo, diciendo que te amo.



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Tú también lo presientes


A mi hermana, Carmela


Tú también lo presientes.

También tú te preguntas por el patio trasero:
¿Cuándo olvidaron nuestras casas
respirar? ¿Dónde está la galería
de los verdes, la rosa, la casita
de los pájaros,
el tiesto de albahaca o de tomillo,
dónde la voz del tinajero triste
y los perfumes de la pomarrosa?

¿Qué invierno se llevó la mesa grande,
la de las fiestas familiares,
la mecedora de la abuela, el tilo
con sus hojas de acero y el columpio
que le nació de pronto entre las ramas?

¿Qué boca oscura se tragó las medias
largas y los pantaloncillos cortos,
el papagayo azul de cola a lazos
y la guirnalda
de ajos que colgaba en la cocina?

Tú también lo presientes.

Ya no tienes las trenzas colgadas lado a lado
en tu cabeza y ya volaron los lunares
blancos de tu vestido rojo
junto a las golondrinas que pasaban
rumbo al sur de los párpados,
como todos alguna vez.

¡Y tanto que creímos en los versos!

Caminamos vestidos con el gris del concreto,
a un paso de la plaza y la nostalgia,
dibujando las prisas del verano
en las puertas
de una iglesia cansada, que en su cima
se brota o se brotaba
una bandada de palomas blancas
escapando un instante antes que den las cinco,
confundidas,
porque ha tiempo que el tantán
ya no puebla el campanario.

Tú también lo presientes
porque creías en los versos,
porque hacer un poema compelía
a reinventarse uno mismo
y así,
de pronto, darse cuenta que el paisaje
son los ojos curiosos del pequeño
que todavía busca en cada casa
que habita, desde entonces,
el patio donde juega a la esperanza
justo al lado,
lado a lado,
de la hermana mayor.


 
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