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Acércate



Acércate.
Hace frío.
No sé por qué el fuego tiene rostros
y el vino se hace espeso en este vaso,
ni por qué el espacio de la lluvia
ostenta el vértigo del tiempo
como un lunar callado en la mejilla.

Siéntate;
aquí a mi lado,
escucha cómo hablan estos muebles,
cómo se quejan esas puertas
y cantan las ventanas esta noche
en la que quiero hablar contigo de nosotros
y estas cosas que versan en tu idioma
y el mío,
para que no se vayan las palabras

o el polisón que las sostiene.





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He visto en vuestros ojos



He visto en vuestros ojos la noticia
que sangra de azul los calendarios,
pero ayer,
ayer miré en el mundo nuestros rostros
con el mismo color de las distancias
pasar y no pasar en un desfile
apenas ensayado en el silencio.

Rompamos cada puerta que se cierra,
cada torre sin luz, cada muralla
de hiedra venenosa, cada signo
de sal en el olvido, cada grano
de mostaza o azul, en el recuerdo.

Porque he visto periódicos sin alma,
revistas literarias que traspapelaron
el ciervo blanco de García Lorca
antes de su bautismo
y no han visto caer la lluvia
sobre un espejo.

Y siguen
narrándome noticias que no existen
con caras inventadas por viejos diccionarios
ya no los rostros blancos de poetas
que saben el valor de la utopía,
sino los despreciables
los porteros
que siguen
cantándome de ayeres del revés
con brincos de zamuro en cada línea
o suavidades inconscientes
de conejo.

¡Ah!
¡Que mueran los porteros de la historia!

Porque un poeta grande abraza la utopía
que construyó con versos y metáforas
y sólo he visto días repetirse
con extraño compás, con displicencia
premeditadamente abominable
por no decir al mundo
que ha muerto un sueño.



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Yo sé de noches blancas




Yo sé de noches blancas decididas
a mostrar sin adornos su silueta,
de gritos fermentados en la grieta
abierta por luciérnagas dormidas.

Yo sé de sangre espesa en las heridas
de ninfas y Gorgonas, de la escueta
paciencia del insomnio, del poeta
de las metáforas adormecidas.

Yo sé de mí, del mar, de la memoria,
del beso que se guarda en el olvido
como un grano de sal absolutoria

y nada más ―La luna ya se ha ido,
ya no es blanca la noche y esta historia
se repite: no duermo, voy herido―



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Imagina





Imagina que el mundo no ha nacido,
que el agua es sólo agua, que la roca
todavía no tiene voz, y boca
es un concepto incierto y aterido.

Imagina que el agua se alza nido
al que le nacen aves y desboca
tu corazón al vuelo que provoca
la estrenada pasión por el sonido.

Sientes, las aves cantan, y tú sabes
que cantan con tu voz porque imaginas
un mundo neonato que restalla

e intuyes la alegría y ya no cabes
en ti mismo ¿Presientes las neblinas

de un íntimo temblor? Ahora calla.



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Quiero agua de abril




Quiero agua de abril, quiero cascada
de montaña que aspira ser aroma,
quiero la voz de un niño y en la poma
una frase de amor deshabitada.

Quiero fruta temprana, la alborada
que sea un vuelo verde de paloma
que al alma, a media ausencia, policroma;
pero si tú no estás, no quiero nada.

No sé cómo decirte cuánto quiero
las voces de tu voz: el claroscuro
que ilumina el más íntimo calvero.

Quiero agua de abril, tu abril más puro,
lo inasible y el ala, el fruto albero
que sólo sabe el son de tu conjuro.



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La bicicleta verde





Supimos que la vida es poco menos
que un sueño colectivo y poco más
que una almendra,
el día que entendimos las razones
del por qué los abuelos, con voz de crisantemo,
morían de repente, sin adioses
complicados, sin media frase deshabitada
y con la precisión de los maizales
o, quizá,
el día que nos fuimos a la escuela
y faltó
la bicicleta verde de un amigo.

Ese día,
ese día cuadrado nos dijimos
nosotros mismos al oído, casi
sin querer escuchar, que somos sueño,
sí, sueño breve
y se alojó el miedo con la forma
de una almendra en la mitad
del corazón y regresamos tristes
de nuestras abstracciones
convencidos
o convenciéndonos
de que la perfección de Dios es círculo
que no permite cuadraturas
y los maizales tienen calendario.

Hoy, por ejemplo,
advertí
que en mis gavetas, las bolsitas verdes
de sándalo y jazmín
no quitan el olor a medicinas
ni el incienso diario ya perfuma
a lluvia tempranísima la casa
y así,
así, desesperado,
busqué la bicicleta que naciera
un día de la infancia, bajo el árbol,
como sabemos nacen los milagros,
y recordé, de súbito,
de nuevo, a medio rayo rompiéndome la espalda,
que la vida …la vida es poco menos
que un sueño colectivo y poco más
que una almendra.

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A veces me confundo




A José Luís Villena, poeta y amigo


A veces me confundo
con esto del abril y los inviernos,
octubre y los pardales y la lluvia,
y es que quiero me digan qué metáfora
me dice si nací, así de pronto,
para el otoño.

Es que no sé la fecha en que las pomas
se llaman pomas y los pardales vuelan
con o sin rumbo fijo a medio vuelo,
ni el límite preciso en que la flor
se vuelve mariposa y cada árbol
se llama sauce y llora al río
que se marcha,
y se marcha
sin volver la mirada.

Quiero saber si pueden,
ustedes, mis amigos de las noches
en las que invento un mundo sucedáneo,
por mucho más humano, en el cristal
sin fronteras,
enseñarme a vivir,
ahora,
sin contar cuántas hojas crujen en el otoño.



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Comienza aquí




Comienza aquí tu luz. Aquí comienza
el eco de tu voz en los paisajes
como un grito sin fin en el recuerdo.

Comienza aquí la historia no contada,
el final nunca escrito en los andenes
donde alzaron sus vuelos los pañuelos.

Tuvo que ser así, con tanta magia
demoledoramente redimida
labrando sin cesar en las llanuras
los últimos ocasos de febrero.

Tuvo que ser así, como fue siempre
que inventaste en un verso las estampas
que se quiebran al bies de los cristales,
mientras pasan los trenes del invierno.


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Apenas el poema se agitaba





Apenas el poema se agitaba
en medio del papel donde nacía
dejó en el viento un poco de agonía
por saber que a la muerte no ignoraba.

Nacía de ella misma y en su aljaba
portaba los silencios que oponía
al idioma del sol y a la alegría
que el poeta en sus versos intentaba.

Observó al que escribe consternado
y con dejos de sal en cada verso
se hizo tinta sin más, deshabitado.

Y así morimos todos, lentamente,
dejándonos la piel en el anverso

de un trozo de papel indiferente.

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Perdonen mi amargura



Perdonen mi amargura en esta tarde
en que no vuelan aves ni luciérnagas,
en la que se han callado las iglesias
y en la que se desploman catedrales.

Perdonen que me vaya por los mares
a buscar puertos nuevos con tristezas
ancladas todavía a las esperas,
con ansias de escribir infinidades.

Disculpen si resigno cada verso
a este vacío grave que me aturde,
pero lo debo así ...y así lo pago.

Que tengo miedo, Dios, que tengo miedo:
el hombre bueno tanto y tanto sufre

y sé que sabes cuánto Enrico te ha negado.

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Yo sostengo tu mano




Yo sostengo tu mano, tú la mía,
para que no nos toquen nuestras voces
en este lado incómodo del tiempo
y decirnos el alma en plena lluvia.

Ya vendrán otros versos y otro agosto
que agotar con los días de septiembre,
otra fe que habitar sin fe y, quizás,
una nueva nacida en un poema.

Haremos del silencio la metáfora
de la gota que es gota mientras cae
por el delirio azul de la memoria

o, tal vez, bajaremos nuestros párpados
a que escriba “Esperanza” ―a media voz―
mientras asgo tu mano, amigo mío.

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Contigo



Quiero llorar . Llorar amargamente
por promesas de trigo que no llegan
a tinturar de agosto el amarillo
o por trinos de pájaros sin nombre.

Sí. Llorar porque sí, porque las horas
se suceden sin lágrimas ni encuentros,
porque en mis manos hay rumores grises
de libélulas verdes que no nacen,

porque perdimos la palabra fe
en medio de la fe, porque la nube
ha decidido entrar al campanario,

porque estoy vivo porque muero, porque
nunca hay razones para no llorar
y, hoy…, he decidido hacerlo aquí.

Contigo.




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Habremos de decir



Habremos de decir, de nuevo, ‘siempre’,
con labios reestrenados a los versos
y apenas balbuciendo las metáforas,
una noche de orillas quebradizas.

Habremos de estrenar un nuevo idioma
que acalle con cadencias a los años,
donde crezcan fonemas como niños,
cada vez que alguien diga nuestro nombre.

Y es que se nos están quedando chicas las palabras
para inventar almendros como iglesias
o promesas de avena en cada tarde.

Por eso digo ‘siempre’ y esta noche
convengamos, al menos, que el silencio
se debe pronunciar como la lluvia.




 
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