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Sortilegio Mayor para la roca inerte


Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
R. Darío

Cierra, roca insensible, en duro seno,
la benévola faz del tempo grave
y al frío corazón guarda la llave
en los profundos valles del veneno.

Describe tu perfil de siglos lleno
con ansia mineral de ignota clave
que suponga solaz, y al son del ave
naciente ya tu alud no tenga freno.

Florecida tu forma en el latido
del alma sensitiva tengas muerte
en la conciencia viva de las cosas;

y en la noble virtud del tiempo ido
posea tu ideal el brazo fuerte,
como la antigua esencia de las rosas.


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Hubiera sido suficiente



Hubiera sido suficiente amar
sin invocar leyendas suburbanas,
extender la mirada y no mirarte,
quedarme en el insomnio y en el vino,
escribir un poema en un cuaderno
y exiliarme en la lluvia y la palabra
para entender que la memoria
es como un cáliz de cristal
palpablemente lleno
de olvidos.

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Al nonno Benigno




Qué extraño regresar al propio nombre
con la memoria al cinto y sin plegarias
para encontrar audiencia entre las piedras,
con la mirada eterna a parte alguna.

Qué extraño no poder vivir más vidas
que la propia, la única improbable,
la sólita del alma y el destierro
cuando todo te nombra y te interroga.

¿Adónde estás, abuelo? ¿Y tus olivas,
o tus cuentos del África y la guerra,
ya que nunca los tuve entre mis manos?

¿Yo? Tengo tu mirada ―me lo dicen―
ahora, que es la hora en que las piedras
dictan su veredicto.


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Un día tú decides



Un día tú decides por ti mismo
que los días no caben en tus manos
y que el mundo te espera como espera
 una mujer enamorada el beso,
como espera el inverno las tristezas
o el poeta
la metáfora,
entonces la mirada es un bolsillo
donde guardar antiguos calendarios
y la voz se endurece como un viaje
que se emprende sin brújulas y a pie
hacia donde los ecos no regresan.

Y partes a buscar la propia sombra
con un dejo de duda en la alegría,
con dos besos de arcilla en los zapatos
y el día desbordado entre tus dedos

sin pesares,
porque sabes que el tiempo es sólo tiempo
y la vida es un paso hacia el olvido
mientras aprendes que los vientos dicen
tu nombre en las ventanas,
que el sabor de la menta es tu niñez
y el chocolate se parece
a la actitud de una mujer desnuda
en medio de la noche o el azul

y así te vas
jugando a ser tú mismo por caminos
de imposibles paisajes, intentando
cambiar de estampa o de corbata
con un simple ademán indiferente,
casi al descuido,
casi como la tarde cae

o la lluvia.


 
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