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Un día tú decides



Un día tú decides por ti mismo
que los días no caben en tus manos
y que el mundo te espera como espera
 una mujer enamorada el beso,
como espera el inverno las tristezas
o el poeta
la metáfora,
entonces la mirada es un bolsillo
donde guardar antiguos calendarios
y la voz se endurece como un viaje
que se emprende sin brújulas y a pie
hacia donde los ecos no regresan.

Y partes a buscar la propia sombra
con un dejo de duda en la alegría,
con dos besos de arcilla en los zapatos
y el día desbordado entre tus dedos

sin pesares,
porque sabes que el tiempo es sólo tiempo
y la vida es un paso hacia el olvido
mientras aprendes que los vientos dicen
tu nombre en las ventanas,
que el sabor de la menta es tu niñez
y el chocolate se parece
a la actitud de una mujer desnuda
en medio de la noche o el azul

y así te vas
jugando a ser tú mismo por caminos
de imposibles paisajes, intentando
cambiar de estampa o de corbata
con un simple ademán indiferente,
casi al descuido,
casi como la tarde cae

o la lluvia.


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Quizás estas malditas ganas de ser montaña



Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
R. Darío


Quizás estas malditas ganas de ser montaña
y musgo de montaña se convierta evangelio
una noche cualquiera que sienta tanto frío
que la necesidad de un dios humano y frágil
arrope lo que queda de la fe
y la fe misma
y me siente a tomar café de párpados
con Huidobro
bajo una tarde escrita por los árboles.

Pero, hoy, la oración que rezo duele
como el canto feliz de la chicharra
o la marcha callada de las manos
y pareciera que el mismísimo Vallejo
escribe los insomnios en que habito.

Lo cierto es que me obligo a levantarme
con todo mi sudor a cuestas a reírme
y me río,
me río del asombro que se nace
a los pies de la cama y del ladrido
de un soñador que busca deslunar
el mundo.

Y me río,
me río, sí,
me río de la sombra que me ata los cordones
de los zapatos, peina los secretos
de mis locuras, suda las urgencias
de las metáforas y las metáforas
las guardo en un bolsillo
y me siento
a esperar la mañana, que desciende
con la actitud del agua y de la alondra.



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Has venido hasta mí




Has venido hasta mí como un aroma
de frutas tempranísimas de enero
a descolgar naranjas y relojes
así, de pronto,
incendiando mis labios de impudicias

―porque creo en el verso y en la piel
porque aún puedo recitar sonetos
a la lluvia
e inventar nuevas formas en el agua―

Has venido hasta mí como una herida,

como un rayo que estalla desmedido
poblando de febreros los abrazos
y quebrándome,
de forma despiadada, las prudencias

―porque me quedan sortilegios,

alguna melodía no entonada
en medio del silencio o del orgasmo―

Has venido hasta mí y yo me encuentro
inesperadamente con mi rostro

acusándome

por no romper el verso y el poema
y cruzar las fronteras ,

a tu cama.


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Ha salido la misa


Ha salido la misa. El campanario

inicia su oración en las montañas

y me pregunto si el sonido, ayer,

era el mismo,

si suena más cansado en mi silencio

o todavía guarda entre sus ondas

alguna queja en sepia

dormida en las vendimias.


¿Cuánto de mí habita entre los mármoles,

en la humedad del eco en las bodegas,

en el vino añejado en otros tiempos

por unas manos casi mías?

¿Cuánto de mí retrata mi silueta?

¿Cuántos adioses caben en el alma?


Ha salido la misa.


Todos hablan de impuestos y banderas,

alguno tose

―en el idioma azul de las olivas―

y ninguno se entera que, en el viento,

el tren ha respondido a las campanas.

 
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