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Has venido hasta mí




Has venido hasta mí como un aroma
de frutas tempranísimas de enero
a descolgar naranjas y relojes
así, de pronto,
incendiando mis labios de impudicias

―porque creo en el verso y en la piel
porque aún puedo recitar sonetos
a la lluvia
e inventar nuevas formas en el agua―

Has venido hasta mí como una herida,

como un rayo que estalla desmedido
poblando de febreros los abrazos
y quebrándome,
de forma despiadada, las prudencias

―porque me quedan sortilegios,

alguna melodía no entonada
en medio del silencio o del orgasmo―

Has venido hasta mí y yo me encuentro
inesperadamente con mi rostro

acusándome

por no romper el verso y el poema
y cruzar las fronteras ,

a tu cama.


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Ha salido la misa


Ha salido la misa. El campanario

inicia su oración en las montañas

y me pregunto si el sonido, ayer,

era el mismo,

si suena más cansado en mi silencio

o todavía guarda entre sus ondas

alguna queja en sepia

dormida en las vendimias.


¿Cuánto de mí habita entre los mármoles,

en la humedad del eco en las bodegas,

en el vino añejado en otros tiempos

por unas manos casi mías?

¿Cuánto de mí retrata mi silueta?

¿Cuántos adioses caben en el alma?


Ha salido la misa.


Todos hablan de impuestos y banderas,

alguno tose

―en el idioma azul de las olivas―

y ninguno se entera que, en el viento,

el tren ha respondido a las campanas.

De noche





De noche,



salimos de la mano a la ciudad



a caminar silencios, como extraños del mundo.




Tú vas llena de besos alunados



porque no ignoras el amor que crece



en la región delgada de la calle



y dibujas la luz de las farolas



en toda insinuación azul



que vuela entre nosotros,



llevas algún asombro en tu cartera



y caen de tu chal nuevos tremores



cuando un largo suspiro me rescata.


 
  
 -Hermosa está la noche



 -Muy hermosa



Digo. Dices;



y un nuevo espacio nace en el silencio



que un beso ajeno llena






y expande.







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Acércate



Acércate.
Hace frío.
No sé por qué el fuego tiene rostros
y el vino se hace espeso en este vaso,
ni por qué el espacio de la lluvia
ostenta el vértigo del tiempo
como un lunar callado en la mejilla.

Siéntate;
aquí a mi lado,
escucha cómo hablan estos muebles,
cómo se quejan esas puertas
y cantan las ventanas esta noche
en la que quiero hablar contigo de nosotros
y estas cosas que versan en tu idioma
y el mío,
para que no se vayan las palabras

o el polisón que las sostiene.





 
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