Ha salido la misa. El campanario
inicia su oración en las montañas
y me pregunto si el sonido, ayer,
era el mismo,
si suena más cansado en mi silencio
o todavía guarda entre sus ondas
alguna queja en sepia
dormida en las vendimias.
¿Cuánto de mí habita entre los mármoles,
en la humedad del eco en las bodegas,
en el vino añejado en otros tiempos
por unas manos casi mías?
¿Cuánto de mí retrata mi silueta?
¿Cuántos adioses caben en el alma?
Ha salido la misa.
Todos hablan de impuestos y banderas,
alguno tose
―en el idioma azul de las olivas―
y ninguno se entera que, en el viento,
el tren ha respondido a las campanas.