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Al nonno Benigno




Qué extraño regresar al propio nombre
con la memoria al cinto y sin plegarias
para encontrar audiencia entre las piedras,
con la mirada eterna a parte alguna.

Qué extraño no poder vivir más vidas
que la propia, la única improbable,
la sólita del alma y el destierro
cuando todo te nombra y te interroga.

¿Adónde estás, abuelo? ¿Y tus olivas,
o tus cuentos del África y la guerra,
ya que nunca los tuve entre mis manos?

¿Yo? Tengo tu mirada ―me lo dicen―
ahora, que es la hora en que las piedras
dictan su veredicto.


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Contigo



Quiero llorar . Llorar amargamente
por promesas de trigo que no llegan
a tinturar de agosto el amarillo
o por trinos de pájaros sin nombre.

Sí. Llorar porque sí, porque las horas
se suceden sin lágrimas ni encuentros,
porque en mis manos hay rumores grises
de libélulas verdes que no nacen,

porque perdimos la palabra fe
en medio de la fe, porque la nube
ha decidido entrar al campanario,

porque estoy vivo porque muero, porque
nunca hay razones para no llorar
y, hoy…, he decidido hacerlo aquí.

Contigo.




 
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