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Tú también lo presientes


A mi hermana, Carmela


Tú también lo presientes.

También tú te preguntas por el patio trasero:
¿Cuándo olvidaron nuestras casas
respirar? ¿Dónde está la galería
de los verdes, la rosa, la casita
de los pájaros,
el tiesto de albahaca o de tomillo,
dónde la voz del tinajero triste
y los perfumes de la pomarrosa?

¿Qué invierno se llevó la mesa grande,
la de las fiestas familiares,
la mecedora de la abuela, el tilo
con sus hojas de acero y el columpio
que le nació de pronto entre las ramas?

¿Qué boca oscura se tragó las medias
largas y los pantaloncillos cortos,
el papagayo azul de cola a lazos
y la guirnalda
de ajos que colgaba en la cocina?

Tú también lo presientes.

Ya no tienes las trenzas colgadas lado a lado
en tu cabeza y ya volaron los lunares
blancos de tu vestido rojo
junto a las golondrinas que pasaban
rumbo al sur de los párpados,
como todos alguna vez.

¡Y tanto que creímos en los versos!

Caminamos vestidos con el gris del concreto,
a un paso de la plaza y la nostalgia,
dibujando las prisas del verano
en las puertas
de una iglesia cansada, que en su cima
se brota o se brotaba
una bandada de palomas blancas
escapando un instante antes que den las cinco,
confundidas,
porque ha tiempo que el tantán
ya no puebla el campanario.

Tú también lo presientes
porque creías en los versos,
porque hacer un poema compelía
a reinventarse uno mismo
y así,
de pronto, darse cuenta que el paisaje
son los ojos curiosos del pequeño
que todavía busca en cada casa
que habita, desde entonces,
el patio donde juega a la esperanza
justo al lado,
lado a lado,
de la hermana mayor.


 
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