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Al nonno Benigno




Qué extraño regresar al propio nombre
con la memoria al cinto y sin plegarias
para encontrar audiencia entre las piedras,
con la mirada eterna a parte alguna.

Qué extraño no poder vivir más vidas
que la propia, la única improbable,
la sólita del alma y el destierro
cuando todo te nombra y te interroga.

¿Adónde estás, abuelo? ¿Y tus olivas,
o tus cuentos del África y la guerra,
ya que nunca los tuve entre mis manos?

¿Yo? Tengo tu mirada ―me lo dicen―
ahora, que es la hora en que las piedras
dictan su veredicto.


 
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